En estos dramáticos momentos de la Historia, frente al poder del demonio , acudimos a la “Mujer vestida de sol y coronada con doce estrellas” (Ap 12),pidiendo la intercesión de la Madre de la misericordia y Reina de la paz. Una paz que no pedimos solo para Ucrania y los conflictos más presentes en los medios de comunicación social, sino para tantas otras situaciones de dolor, violencia e injusticia que sufren los hombres en el mundo entero, cuya última raíz está en el pecado, por el que el hombre se ha separado de Dios; así, rota la relación fundamental, la que une al hombre al Absoluto del que procede, quedan afectadas y heridas sus demás relaciones: consigo mismo, con la familia, con los demás, con la creación…
Se entiende que, cuando la M. Teresa de Calcuta recibió el Nobel de la Paz, recordara en un famoso discurso (11-12-1979) que la falta de paz y amor comienza en casa ,haciendo alusión a los jóvenes que caen en adicciones por no ser suficientemente atendidos por sus padres; a los ancianos tristes porque están olvidados en residencias, esperando en vano las visitas de sus hijos; al “mayor destructor de la paz, el aborto, porque si una madre puede matar a su propio hijo, ¿qué falta para que yo te mate a ti y tú me mates a mí?…”
Por lo mismo, cuando la Virgen en Fátima hablaba a los niños de la guerra, pedía ante todo la conversión de la Humanidad a ese Dios cuyo Hijo, tras entregar su vida amando y perdonando a sus enemigos, resucitó y nos ofreció como regalo pascual la auténtica paz, la que brota de un corazón filial y fraternal, reconciliado por la misericordia de su Corazón:
«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados…» (Jn20,21s).
En efecto, solo el Espíritu Santo, que nos comunica Jesús resucitado, puede sanar y recrear nuestros corazones heridos, haciéndonos capaces de amar como Él. Así lo decía también la M. Teresa: «A Jesús le dolió amarnos. Y para asegurarse que recordáramos su gran amor, se hizo a sí mismo Pan de Vida para satisfacer nuestra hambre de su amor.
Nuestra hambre de Dios, porque hemos sido creados para ese amor. Hemos sido creados a su imagen. Hemos sido creados para amar y ser amados, y después Él se ha hecho hombre para hacer posible que nos amáramos unos a otros como Él nos amó. Él se transforma en el hambriento, en el desnudo, en el sin hogar, en el enfermo, en el prisionero, en el solitario, en el no querido, y dice: Conmigo lo hicisteis».
Esa es la Paz, fruto del Amor de Dios, que pedimos a María Reina de la Paz, en esta última semana de Mayo.