LA MEDALLA MILAGROSA Y LAS TRES CAIDAS DE JESUS EN EL VIACRUCIS
Aquí estamos para continuar acompañando a María en el camino que lleva a su hijo querido hasta la cruz. Esa Cruz que representa toda la maldad que hay en el mundo y con la que él ha cargado para salvarnos.
Antes de adentrarnos en el misterio de las tres caídas de tu hijo, reflexionamos sobre el mensaje de la Medalla. Una medalla que podemos ver en la misma entrada de esta capilla, en el mural de la casa o en la que cada uno podemos llevar en nuestro cuello.
En la senda de la vida de una seminarista de las Hijas de la Caridad, Catalina Labouré, en el año 1830, María se hizo presente para darle a conocer los sufrimientos que habría en el mundo, más concretamente en Francia y encomendarle una misión. Acuñar una medalla que acercase a su hijo y a ella misma a la vida cotidiana de cada persona que la llevara. Una simbología llena de significado que nos ayudará a comprender la continuidad de María en el cuidado de cada hijo especialmente los que más sufren.
En el anverso de la Medalla nos encontramos a María con los brazos extendidos y las palmas abiertas saliendo de ellas unos rayos de luz. Son las gracias que ella concede a todos aquellos que se las piden con fe. Y las que esperan a ser entregadas porque aún no se han pedido. Ya su hijo Jesús había dicho a todos: “Venid a mí los que estáis cansados y agobiados” Y en otro pasaje escuchamos: “Pedid y se os dará”. El medio globo que representa el mundo y a cada persona en particular, sobre el que está la figura pisando la serpiente indica que el mal no va a vencer en su lucha contra el bien, por mucho que sea lo que más ruido hace y lo que parece que tiene la última palabra. La jaculatoria que bordea toda la medalla: Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti, nos ayuda a acercarnos con confianza de hijos a la Madre de Dios.
En el reverso de la Medalla destaca la M de María, coronada por una cruz, la de su hijo. Dos signos entrelazados que muestran la íntima unión de Cristo con su Madre. En la parte inferior se representa el corazón de Jesús con una corona de espinas y el corazón de María con la espada atravesada que el anciano Simeón le anunció en la Presentación de su hijo en el templo de Jerusalén. Las doce estrellas que circundan la imagen representan a los doce apóstoles y a la Iglesia. María siempre nos llevará a Jesús y a la Iglesia, siempre invitará a sus hijos a unir nuestros corazones en la misión de Jesús y María de hacer presente el Reino donde estemos y a pesar de las dificultades que podamos tener.
Teniendo en cuenta esto y sabiendo que tú entiendes nuestros sufrimientos, queremos acercamos a tu vivencia en las tres caídas que Jesús sufrió durante su vía-crucis. Tres caídas que tu corazón de madre sintió como propias y de las que, como él, te levantaste para continuar haciendo vida el “Hágase” del primer anuncio.
Nada mejor para comprender tus sentimientos que adentrarnos en nuestro interior y vivirlo contigo.
Breve Silencio
Te veía venir cargado con la cruz por la vía romana, cansado, con un madero cuyo peso excedía la resistencia de cualquier persona, sin fuerzas por los golpes recibidos… cuando de repente te vi caer al suelo por primera vez… quise correr a levantarte como tantas veces había hecho cuando eras un niño y dando los primeros pasos o jugando tropezabas… entonces llorabas, pero mis brazos te recogían, te mecía contra mi pecho y enseguida una canción susurrada y unos besos calmaban tu llanto. Hoy volví a correr hacia ti para consolarte, y tu ensangrentado rostro me descubrió que tu dolor era el de todos los niños que no nacen o ya desde su concepción son maltratados por no ser deseados. Por todos los menores, pobres o ricos, que sufren desde su más tierna infancia el abandono o descuido de sus mayores y llevan ese sufrimiento para siempre en su corazón. Por esos inocentes que pagan con su vida los daños de las guerras que otros preparan, el hambre que producen el egoísmo de los que tenemos todo, por los que tienen que caminar kilómetros para llegar a la escuela porque se les niega el acceso a una educación para todos, los que en pateras pierden su vida o la de sus familiares por ir a buscar una vida digna… a ellos eran a quien tú me pedías les dijera: “Aquí estoy”. Y te levantaste del suelo para continuar tu camino, y yo contigo.
El Cirineo alivió un poco tu penoso camino. Verónica fue una mujer valiente a la que no le importó saltarse las absurdas barreras que la alejaban de ayudarte. Nunca les agradeceré bastante esas grandes manifestaciones de consuelo. Estoy segura de que su vida no fue la misma desde ese encuentro contigo. Tu segunda caída trajo a mi memoria la edad juvenil con tus búsquedas internas por descubrir cuál era tu misión en el mundo… las tentaciones que has tenido que vencer para continuar con ella… las incomprensiones por parte de tu propia familia, amigos, discípulos que te querían apartar de todo y te animaban a llevar una vida tranquila, sin problemas… ¡cómo te entendí hijo mío!, como yo misma lo sufrí en propia carne cuando acepté traerte al mundo. Y tú, cargabas con los pecados de quien ofrece a tantos jóvenes y adultos la vida fácil del engaño, de la mentira, del dinero manchado de sangre por el robo, la droga. Hombres y mujeres a los que no les importa el sufrimiento ajeno con tal de satisfacer sus deseos momentáneos para inmediatamente tener otros. Familias destrozadas por el alcohol, el sexo, el juego, el trabajo continuo para tener más, aún a costa de destrozar a los suyos. Recursos naturales esquilmados hasta la extenuación condenando el futuro de las siguientes generaciones por ampliar los beneficios de las empresas. Horarios inhumanos y trabajos precarios que no permiten mantener la propia vida y menos la de una familia. Hombres y mujeres perseguidos por defender su fe y el derecho a anunciar a su Dios pacíficamente… Pero, tampoco pudieron estas cargas impedir que te levantaras del suelo para continuar tu camino. Y yo, como haría toda madre, a tu lado a pesar de la distancia física que nos separaba…
Los gritos de la gente enfervorecida, los latigazos que te continuaban dando los soldados, el calor, los empujones, el agotamiento, el peso de la cruz… y la tercera caída… mi corazón de madre no podía con tanto dolor, no te había traído al mundo para que sufrieras de esta manera. Y al abrirme paso entre la gente y los soldados para abrazar tu cuerpo, descubrí que aún te quedaba llevar el peso de la soledad y abandono de los ancianos, el maltrato infringido a los que su deterioro físico y psíquico no les permite reclamar sus derechos. Las mujeres maltratadas e ignoradas en sus más elementales derechos. Los desahucios injustos de quien ha perdido todo por darlo a sus hijos o porque un “Fondo buitre” quiere derribar su humilde casita para ganar dinero con apartamento de lujo. Las leyes deshumanizadoras realizadas por políticos que solo buscan el interés de unos pocos y no el bien de la comunidad. El poco respeto a la vida de quien encara el último tramo de su vida… ¡Hijo mío!… ¡mi pequeño!… y, tú te sobrepones a esta última caída para llegar al calvario.
Sabes que tu Padre, el mismo que pidió mi consentimiento para encarnarte en mi no te abandonará, y Él te devolverá a la vida. Y yo continúo a tu lado sufriendo contigo, manteniendo y avivando la esperanza contigo.
Breve silencio
María sufrió con su hijo Jesús el camino de la cruz. Los pasos de su hijo, fueron sus pasos. Aún hoy, las caídas de tantos hijos, nuestras caídas, son acompañadas por ella para darnos valor a través de pequeños gestos de cariño, como nuestra pequeña medalla, que hemos de descubrir y así poder levantarnos y empezar de nuevo.
Como hiciste con Catalina en aquel lejano 1830, hoy también a nosotros nos invitas a “venir al pie de este altar” para pedir con confianza. Por ello, queremos presentar de una manera especial a todos los menores y mayores que han recibido su bautismo y primera comunión en este año. A todos aquellos jóvenes y adultos que también han sido confirmados en su fe. Para que su vida sea testimonio de la presencia de Dios en ellos y sean signo de alegría donde se encuentren.
Querida Milagrosa, el mundo sigue, nosotros seguimos necesitando tu amor de Madre. Tu compañía callada y entregada. No nos dejes madre mía.
OH MARIA SIN PECADO CONCEBIDA. RUEGA POR NOSOTROS QUE RECURRIMOS A TI.