“El soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores… Tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores” (Is 53, 4.12). Hoy es el día en que hacen fiesta todos los que han lavado sus vestidos en la sangre del cordero y viven ya para siempre allí donde no caben las cruces de la persecución ¡tantos cristianos lo están siendo perseguidos en estos días!, de la injusticia, del engaño y la opresión, porque hay un mundo nuevo en el que no hay llanto, ni luto ni dolor. Esta es la cruz que consuela y anima, la que se levanta en la historia para que, mirando al que atravesaron en su inocencia entregada, todos podamos ser curados sintiendo que sus cicatrices nos han curado.
Cristo muere en la cruz entregando su vida por nosotros. Ante esto sólo nos queda la contemplación silenciosa, admirada y agradecida de aquel que desfigurado por el sufrimiento, no parecía tener aspecto humano. La cruz tiene sentido cuando nos viene impuesta y la abrazamos esperanzados, cuando unimos nuestro destino al de los crucificados de la historia hasta dar la vida por ellos, y cuando amamos gratuitamente aun a costa de los mayores sacrificios.
El símbolo del Viernes Santo es la Cruz. En Jesús, muerto por amor, está presente Dios mismo glorificando, coronando, dignificando y salvando al hombre. Al fijar nuestra debilidad en su cruz, como dice san Pablo, nos liberó de la esclavitud del pecado. “Por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo y por nuestra causa fue crucificado”. “El Siervo de Dios” fue ultrajado por nosotros; “el sumo sacerdote” se ha ofrecido como víctima a Dios para convertirse en autor de salvación; y “Cristo en la cruz” fundó la Iglesia con la sangre y agua, símbolo del Bautismo y de la Eucaristía, que brotaron de su costado traspasado. “Cargado con nuestros pecados subió al leño, para que muertos al pecado, vivamos para la justicia. Sus heridas nos han curado” (1Pt 2,24).
El amor de Dios no puede llegar a más. Sin la Cruz de Cristo sería difícil convencernos del amor de Dios. El “Ecce homo” es el signo de la humanidad doliente a la que Dios exaltará (Fil 2,6-9). “En Jesús aparece lo que es propiamente el hombre. En él se manifiesta la miseria de todos los golpeados y abatidos. En su miseria se refleja la inhumanidad del poder humano, que aplasta de esta manera al impotente. En Él se refleja lo que llamamos pecado: en lo que se convierte el hombre cuando da la espalda a Dios y toma en sus manos por cuenta propia el gobierno del mundo”[1]. En medio de su pasión Jesús es imagen de esperanza: Dios está al lado de los que sufren. También el hombre maltratado y humillado continúa siendo imagen de Dios.
Son posibles el amor, la fraternidad, la sinceridad, las relaciones humanas lejos de la prepotencia, del engaño y del odio en la convivencia familiar, social y laboral. A pesar de un mundo de bienestar, el hombre sigue siendo un ser doliente. Ayudemos a llevar la cruz a los demás. Acompañemos en esta tarde el silencio y el dolor de María. Ante esta suprema manifestación del amor de Dios, el hombre sólo puede postrarse en actitud de adoración. “Mirad el árbol del la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo. Venid a adorarlo”. Acerquémonos a recoger el cuerpo de Cristo con la sábana blanca de nuestra compasión para que un día también nosotros nos veamos envueltos en la sábana blanca de su misericordia en la espera del gozo de la resurrección. Amén.
[1] BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret. Desde la entrada en Jerusalén hasta la Resurrección, 233.
Homilía Viernes Santo, del Sr. Arzobispo
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