En una Carta Pastoral con motivo de la Jornada “Pro Orantibus”, que se celebrará este próximo domingo, el arzobispo de Santiago de Compostela, monseñor Julián Barrio, recuerda a todos los contemplativos que “la prioridad de todo consagrado debe seguir siendo Dios y potenciar el primado de Dios en su vida. Sin duda esta es también la más acuciante tarea de la Iglesia en la hora presente y siempre”. La Jornada de este año acontece en el marco del Año de la Vida Consagrada proclamado por el papa Francisco para toda la Iglesia y dentro del V Centenario del nacimiento de santa Teresa de Jesús. Se trata de una celebración gozosa para dar gracias a Dios por el don de la vida de los monjes y monjas, que se consagran enteramente a Dios y al servicio de la sociedad en los monasterios y claustros. Es un día también para que todo el Pueblo de Dios ore al Señor por esta vocación tan especial y necesaria, despertando el interés por las vocaciones a la vida consagrada contemplativa.
En su Carta Pastoral, monseñor Barrio asegura que “Dios ha de ser el centro de la vida, como una presencia fiel y constante que llena de sentido y proyecta hacia delante todas las situaciones vitales”. El arzobispo compostelano indica, además, que “la vida contemplativa en la Iglesia es una verdadera riqueza, adornada de tantos carismas y de tantas realidades vividas con pasión por hombres y mujeres, no solamente en el pasado, sino también en el presente. Es una realidad dinámica y, por tanto, siempre necesitada de ser renovada a la luz del Evangelio, de la Iglesia y del mundo”.
Carta Pastoral en la Jornada “Pro Orantibus”. Mayo 2015
“Sólo Dios basta”
Queridos Miembros de Vida Contemplativa:
En el Año de la Vida Consagrada y en el Año Teresiano se nos ofrece como clave para interpretar la vida contemplativa esta frase de Santa Teresa de Jesús: “Sólo Dios basta”[1]. Se trata de “saborear” de nuevo con vosotros sus palabras, ya que ella misma se encargó de definir sus obras como “cosa sabrosa”[2]. Palabras que nos conducen a lo determinante de vuestra vida: ¡Sólo Dios! Como nos dice el Papa Francisco: “Estamos llamados a experimentar y demostrar que Dios es capaz de colmar nuestros corazones y hacernos felices, sin necesidad de buscar nuestra felicidad en otro lado”[3].
Peregrinamos en la barca de la Iglesia que es misterio y alegría evangélica. La alegría cristiana se asienta en la fe en el Dios Trinitario que nos ama y por este amor nos sentimos seguros y gozosos, y afrontamos las dificultades de la vida. La Iglesia ha de hablar de Dios. Tal vez “en la Iglesia hablamos demasiado poco de Dios o lo hacemos con un árido adoctrinamiento, al que le falta una fuerza vital auténtica”[4], sin olvidar lo que escribía Pascal: “Sólo Dios habla bien de Dios”.
En efecto, en lo que a Dios se refiere, hay un saber humano, que es más bien un no saber, y que, con frecuencia, nos aparta de la verdad y de la humildad, para entregarnos a la vanidad de nuestros ídolos y a la soberbia de nuestras ideologías. Y hay un saber que viene de la contemplación que sólo el Espíritu de Dios puede dar[5]. Para saber de Dios necesitamos que Él nos dé ojos nuevos, mirada nueva, comprensión nueva para ponerlo en el centro de nuestra vida.
Dios en el centro de la vida.
Todos hemos soñado alguna vez que las cosas puedan funcionar de otra manera, pensando en una vida diferente que supere las tonalidades grises de cada día. Esta es la manera, en principio, de entrar en contacto con nuestro anhelo de infinito: una esperanza de ir siempre más allá que nos dinamiza y orienta hacia esa fuente de vida a la que somos invitados desde dentro, sin caer en la tentación de “buscar más allá de nuestro horizonte familiar medios de redención para nuestro mundo irredento”[6]. Dios ha de ser el centro de la vida, como una presencia fiel y constante que llena de sentido y proyecta hacia delante todas las situaciones vitales. Es importante y fundamental no acudir sólo a Dios en las situaciones extremas y desesperadas. Hay que acoger a Dios en la riqueza y en la profundidad de nuestra existencia y no -o al menos no sólo- en las preocupaciones y nostalgias. El papa emérito Benedicto XVI abunda en esta percepción cuando escribe: “Es tan urgente que la pregunta sobre Dios vuelva a colocarse en el centro. Por supuesto, no se trata de un Dios que de alguna manera existe, sino de un Dios que nos conoce, que nos habla y que nos incumbe”[7].
Santa Teresa decía a sus monjas que “entre los pucheros anda el Señor ayudándoos en lo interior y exterior”[8] y no sólo cuando se reúnen para rezar, porque “el verdadero amante en toda parte ama y siempre se acuerda del amado”[9]. Los “pucheros” representan todas nuestras tareas de cada día, por nimias y tediosas que parezcan y que, por eso mismo, a veces, muchas veces, dejamos de amar. Esas cosas que hemos de hacer y que al fin y al cabo constituyen lo que es nuestro vivir cotidiano.
“Buscadores de Dios”.
La prioridad de todo consagrado debe seguir siendo Dios y potenciar el primado de Dios en su vida. Sin duda esta es también la más acuciante tarea de la Iglesia en la hora presente y siempre. Benedicto XVI definió vuestra identidad con una de las más bellas y profundas definiciones de los consagrados: “sois por vocación buscadores de Dios”, recogiendo la convicción expresada por san Bernardo al final del tratado De consideratione, cuando manifestaba; “Debería proseguir la búsqueda de este Dios, al que no se busca suficientemente –escribe el santo abad-, pero quizá se puede buscar mejor y encontrar más fácilmente con la oración que con la discusión. Pongamos, por tanto, aquí término al libro, pero no a la búsqueda” (PL 182, 808), a estar en camino hacia Dios”[10]. La vida consagrada es un camino de búsqueda de Dios: “El sentido de vuestra vocación implica, ante todo, buscar a Dios, “quaerere Deum”: sois por vocación buscadores de Dios”[11]. Ya con anterioridad, en una de las primeras intervenciones dirigidas a los religiosos residentes en Roma el 10 de diciembre de 2005, había dicho: “En efecto, la vida consagrada, desde sus orígenes, se ha caracterizado por su sed de Dios: quaerere Deum. Por tanto, vuestro anhelo primero y supremo debe ser testimoniar que es necesario escuchar y amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas, antes que a cualquier otra persona o cosa”.
La expresión “búsqueda” conlleva además dinamismo y tensión en el modo de entender y vivir la relación con Dios. Se trata de recorrer un camino. La búsqueda de Dios por parte del consagrado no termina nunca. Ocupa toda la vida. Con la particularidad de que, como escribe Santa Teresa de Ávila: “Los que esto no han probado, no me maravillo quieran seguridad de gran interés. Pues ya sabéis que es ciento por uno aun en esta vida, y que dice el Señor Pedid y daros han. Si no creéis a Su Majestad en las partes de su evangelio que asegura esto, poco aprovecha, hermanas, que me quiebre yo la cabeza a decirlo. Todavía digo a quien tuviera alguna duda que poco se pierde en probarlo: que eso tiene bueno este viaje, que se da más de lo que se pide ni acertáremos a desear”[12].
“¿Qué espero en particular de este Año de gracia de la Vida Consagrada?”, se pregunta al Papa Francisco, y también nosotros nos hemos de preguntar: ¿Qué cabe esperar de este Día de la Vida Consagrada Contemplativa? La vida contemplativa en la Iglesia es una verdadera riqueza, adornada de tantos carismas y de tantas realidades vividas con pasión por hombres y mujeres, no solamente en el pasado, sino también en el presente. Es una realidad dinámica y, por tanto, siempre necesitada de ser renovada a la luz del Evangelio, de la Iglesia y del mundo. El Año de la Vida Consagrada que estamos viviendo está llamado a ser un acontecimiento de gracia en este camino de abrir el mundo al mensaje evangelizador, que resume vuestra vida y que encuentra eco en aquellas palabras de Teresa de Jesús: “Id, pues, bienes del mundo. Id dichas vanas, aunque todo lo pierda; sólo Dios basta”[13].
Sigamos la estela del Concilio Vaticano II que marcó el itinerario para devolver a la Iglesia, y a la Vida Consagrada con ella, todo su encanto, toda su vitalidad, todo su entusiasmo, toda su alegría. Se nos sigue invitando a cantar un cántico nuevo, como pedía San Agustín: “¡Oh, hermanos e hijos, vosotros que sois brotes de la Iglesia universal, semilla santa del reino eterno, los regenerados y nacidos en Cristo! Oídme: Cantad por mí al Señor un cántico nuevo. “Ya estamos cantando”, decís. Cantáis, sí, cantáis. Ya os oigo. Pero procurad que vuestra vida no dé testimonio contra lo que vuestra lengua canta. (…) ¿Queréis rendir alabanzas a Dios? Sed vosotros mismos el canto que vais a cantar. Vosotros mismos seréis su alabanza, si vivís santamente”[14].
Encomendando a María, “la Virgen de la escucha, del silencio y de la contemplación”, a todos vosotros, queridos Miembros de Vida Contemplativa, os saluda con afecto y bendice en el Señor.
+ Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela.