“Os invito a rezar el rosario en familia como ayuda eficaz para contrarrestar los efectos de la crisis que está desfigurando la realidad familiar”. Así se expresaba ayer en su homilía de la Virgen del Rosario, en los Dominicos de la ciudad de A Coruña, el arzobispo de Santiago, monseñor Julián Barrio.
La fiesta de la patrona de la ciudad herculina congregó a numerosos fieles quienes, además, acompañaron a la imagen de la Virgen en su procesión por las calles del casco histórico de A Coruña.
Homilía:
Bendita tradición que mantiene nuestra Ciudad al venerar con gratitud a la Patrona, la Virgen del Rosario, reconociendo su amorosa protección. Este convencimiento nos reúne hoy en este Templo para honrar a la Virgen del Rosario, pidiéndole que nos lleve a su Hijo Jesucristo “fin de la historia humana y punto en el que convergen los deseos de la historia y de la civilización” (Rm 8, 21).
Ella renuncia a sus propios planes con plena docilidad de conciencia, generosidad interior y espíritu de sacrificio para acoger el plan de Dios: “Hágase en mí según tu palabra”. La disponibilidad plena de María ante el Misterio de Dios es la primera lección real sobre nuestra responsabilidad humana ante el designio divino, sabiendo que nada hay imposible para Dios. “No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios” (Lc 1,30-31). La pureza de corazón y la plenitud de gracia posibilitan que el Señor la colme con su presencia personal. “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc 1,35). En ella “contemplamos el reflejo de la Belleza que salva al mundo: la belleza de Dios que resplandece en el rostro de Cristo”, lo que nos motiva a combatir el pecado y el mal, sabiendo que el mal llega hasta donde le deja el bien y el pecado hasta donde no acogemos la gracia de Dios. En nuestra cultura, en lugar de concienciarnos sobre el pecado que nos esclaviza con una esclavitud dorada, todo el empeño se centra en librarnos del remordimiento del pecado, como quien cree que elimina la muerte suprimiendo el pensamiento sobre ella, o como el que se preocupa de bajar la fiebre sin curar la enfermedad, de la que esa es sólo un providencial síntoma.
No debemos tener miedo. Dios conoce la intimidad de nuestro corazón. A pesar de las oscuras señales de mal que encontramos en las calles de nuestra existencia, afirmamos nuestra condición de hijos de Dios, contemplando a María. María no fue ajena a las turbaciones de esta existencia. En su itinerario creyente estuvieron presentes las oscuridades, los temores y los malos entendidos, pero siempre confió en el Señor. En ella resplandece el plan que Dios quiere para todos sus hijos, en nuestra vocación a la eternidad y en la llamada a la santidad. Ella nos ofrece la visión serena de “la victoria de la esperanza sobre la angustia, de la comunión sobre la soledad, de la paz sobre la turbación, de las perspectivas eternas sobre las temporales, de la vida sobre la muerte, de la gracia sobre el pecado”. Su actividad estuvo siempre animada por la caridad y el espíritu de servicio.
“Cada vez que la miramos volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño. En ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes, que no necesitan maltratar a otros para sentirse importantes. En su actitud descubrimos que la misma que alababa a Dios porque “derribó de su trono a los poderosos” y “despidió vacíos a los ricos” (Lc 1,52.53) es la que pone calidez de hogar en nuestra búsqueda de justicia”. En la medida en que acojamos a María en nuestro corazón, seremos capaces de revelar a los hombres el amor de Dios, dando espacio a los demás en nuestras vidas, acogiendo a los pobres, escuchando la voz de Dios, gozando de la dulce alegría de su amor, viviendo el entusiasmo de hacer el bien. A la Iglesia no le es ajeno el sufrimiento de tantas familias en dificultades económicas a las que no se les ofrece un decidido apoyo, de los jóvenes sin trabajo y sin recursos para formar una familia, de los adultos que ya no tienen esperanza de incorporarse a la vida laboral, de los niños que carecen de un ambiente familiar y social adecuado para poder desarrollarse integralmente, de los ancianos olvidados, de tantas mujeres afectadas por la penuria económica, muchas de ellas víctimas de la violencia doméstica”.
Confiemos en María, venciendo el miedo con la fe, el cansancio con la esperanza, y la indiferencia con el amor, anunciando y llevando “la salvación de Dios en este mundo nuestro, que a menudo se pierde, necesitado de tener respuestas que alienten, que den esperanza, que den nuevo vigor en el camino”. Pongo sobre el altar por mediación de la Virgen del Rosario las intenciones de todos. Os invito a rezar el rosario en familia como ayuda eficaz para contrarrestar los efectos de la crisis que está desfigurando la realidad familiar. “Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios”. Amén.