La Iglesia es y debe ser la Familia de Dios

por parroquiacarballo

Miles de peregrinos han asistido a la Audiencia del Papa Francisco en la Plaza de San Pedro, en este miƩrcoles festividad de Nuestra SeƱora, la Virgen del Rosario.
En el contexto del Sínodo, el Santo Padre ha pronunciado una nueva catequesis sobre la familia. Como es habitual ha hecho un resumen en los principales idiomas, en los que también ha saludado y, tras el rezo del Padrenuestro, ha impartido la Bendición Apostólica, de forma especial para los enfermos e impedidos.
Queridos hermanos y hermanas ”buenos días!
Hace pocos dĆ­as ha iniciado el SĆ­nodo de los Obispos con el tema ā€œLa vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporĆ”neoā€. La familia que camina en la vĆ­a del SeƱor es fundamental en el testimonio de amor de Dios y merece toda la dedicación de la cual la Iglesia es capaz. El SĆ­nodo estĆ” llamado a interpretar, para hoy, este celo y este cuidado de la Iglesia. AcompaƱamos todo el recorrido sinodal sobre todo con nuestra oración y nuestra atención. Y en este perĆ­odo las catequesis serĆ”n reflexiones inspiradas por algunos aspectos de la relación -que podemos decir bien indisoluble- entre la Iglesia y la familia, con el horizonte abierto al bien de la entera comunidad cristiana.
Una mirada atenta a la vida cotidiana de los hombres y de las mujeres de hoy muestra inmediatamente la necesidad que hay en todas partes de una sólida inyección de espĆ­ritu familiar. De hecho, el estilo de las relaciones -civiles, económicas, jurĆ­dicas, profesionales, de ciudadanĆ­a- aparece muy racional, formal, organizado, pero tambiĆ©n muy ā€œdeshidratadoā€, Ć”rido, anónimo. Se transforma en ocasiones en insoportable. Aunque quiere ser inclusivo en sus formas, en la realidad abandona a la soledad y al descarte un nĆŗmero siempre mayor de personas.
He aquĆ­ porquĆ© la familia abre para la entera sociedad una perspectiva mĆ”s humana: abre los ojos de los hijos sobre la vida –y no solo la mirada, sino tambiĆ©n los otros sentidos- representando una visión de la relación humana edificada sobre la libre alianza de amor. La familia introduce a la necesidad de vĆ­nculos de fidelidad, sinceridad, confianza, cooperación, respeto; anima a proyectar un mundo habitable y a creer en las relaciones de confianza, tambiĆ©n en condiciones difĆ­ciles; enseƱa a honrar la palabra dada, el respeto de las singulares personas, el compartir de los lĆ­mites personales y de los otros. Y todos somos conscientes de lo insustituible de la atención familiar por los miembros mĆ”s pequeƱos, mĆ”s vulnerables, mĆ”s heridos y aĆŗn los mĆ”s devastados por las conductas de su vida. En la sociedad que practica estas actitudes, las ha asimilado por el espĆ­ritu familiar y no de la competición y del deseo de autorealización.
Y bien, aĆŗn sabiendo todo esto, no se da a la familia el peso debido -y reconocimiento y apoyo- en la organización polĆ­tica y económica de la sociedad contemporĆ”nea. Quisiera decir mĆ”s: la familia no solo no tiene reconocimiento adecuado, pero Ā”no genera mĆ”s aprendizaje! A veces se dirĆ­a que, con toda la ciencia y la tĆ©cnica, la sociedad moderna todavĆ­a no es capaz de traducir estos conocimientos en formas mejores de convivencia civil. No solo la organización de la vida comĆŗn se encalla mĆ”s, en la burocracia del todo extraƱa a los vĆ­nculos humanos fundamentales, pero incluso la costumbre social y polĆ­tica muestra a menudo signos de degrado –agresividad, vulgaridad, desprecio…-, que estĆ”n muy por debajo del umbral de una educación familiar mĆ­nima. En tal coyuntura, los extremos opuestos de este embrutecimiento de las relaciones -es decir,Ā  la torpeza tecnocrĆ”tica y el familismo amoral- se conjugan y se alimentan mutuamente. Es en verdad una paradoja.
La Iglesia distingue hoy, en este punto exacto, el sentido histórico de su misión acerca de la familia y del autĆ©ntico espĆ­ritu familiar: comenzando por una atenta revisión de vida, que se refiere a sĆ­ misma. Se podrĆ­a decir que el ā€œespĆ­ritu familiarā€ es una carta constitucional para la Iglesia: asĆ­ el cristianismo debe aparecer, y asĆ­ debe ser. EstĆ” escrito en letras claras:Ā  Ā«Ustedes que en un tiempo eran lejanos -dice san Pablo- […] ustedes ya no son extranjeros ni huĆ©spedes, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de DiosĀ» (Ef 2,19). La Iglesia es y debe ser la familia de Dios.
JesĆŗs, cuando llamó a Pedro a seguirlo, le dijo que lo habrĆ­a hecho ā€œpescador de hombresā€; y para esto se necesita un nuevo tipo de redes. Podemos decir que hoy las familias son una de las redes mĆ”s importantes para la misión de Pedro y de la Iglesia. Ā”No es una red que hace prisioneros! Al contrario, libera de las aguas malas del abandono y de la indiferencia, que ahogan muchos seres humanos en el mar de la soledad y de la indiferencia. Las familias saben bien quĆ© es la dignidad de sentirse hijos y no esclavos, o extraƱos, o sólo un nĆŗmero del documento de identidad.
Desde aquí, de la familia, Jesús recomienza su pasaje entre los seres humanos para persuadirlos que Dios no los ha olvidado. Desde aquí Pedro toma vigor para su ministerio. Desde aquí la Iglesia, obedeciendo a la palabra del Maestro, sale a pescar, seguro que, si esto pasa, la pesca serÔ milagrosa. Que el entusiasmo de los Padres sinodales, animados por el Espíritu Santo, fomenten el impulso de una Iglesia que abandona las redes viejas y se pone a pescar confiando en la palabra de su Señor. ”Rezamos intensamente por esto! Cristo, del resto, ha prometido y nos alienta: aunque los malos padres no rechazan el pan a los hijos hambrientos, figurémonos si Dios no darÔ el Espíritu a quienes -aún siendo imperfectos- ”lo piden con apasionada insistencia! (cfr Lc 11,9-13). Gracias.

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