Semana Santa – I

por parroquiacarballo

María estaba en pie junto a la Cruz de Jesús. Con inmenso dolor padecía el Señor. María, con fortaleza y esperanza daba ánimo a su Hijo que estaba consumando la Redención de la humanidad. María también estaba sufriendo con Cristo el tormento de la crucifixión. Al verla Jesús un mayor dolor se añadía al de la Cruz.

Nuestra Señora grabó en su alma las palabras que Cristo pronunció en la Cruz. Especialmente aquellas que a ella le fueron dirigidas: “He ahí a tus hijos”. Así las interpretó María. Al instante se ensanchó su corazón de Madre, Corredentora de los humanos, sus hijos.

Llegó el momento final, y, al mismo tiempo que Jesús se entregaba a las manos del Padre, eso mismo hacía ella, pues era hijo suyo el moribundo.

Quedan momentos solemnes por vivir. Descienden el cadáver del Señor y ahora María ya no sigue en pie, sino que se dispone, se abaja para recibir el cuerpo exánime.

A la mente de la Madre viene el recuerdo de aquella túnica que ella tejiera y bordara a mano para su Hijo. Con esa prenda cubriría ahora el cuerpo de Jesús. Pero la túnica inconsútil se la sorteó la soldadesca para llevársela como premio a su trabajo de verdugos crucificando al Señor.

Se preguntaba María por los años en que Jesús, niño, estaba en su regazo de Madre. Y también, por las ocasiones que, ya siendo su Hijo un muchacho, acompañaba a María y a José, tanto en las caminatas a Jerusalem, como en los trabajos de carpintería y hogar en Nazaret.

Jesús fue un varón espigado, fuerte, que recorría los caminos de Palestina, de norte a sur, por montes y riberas, predicando, dialogando.

Fue la Crucifixión la que venció la animosa fortaleza del Señor. Martirio que aceptó por el bien de la humanidad. Por nosotros ofrendó su vida a Dios Padre.

María nos dio un Hijo pletórico de facultades y recibe ahora un cadáver ensangrentado, que tiñe de rojo la vestimenta de su Madre.

Recibe María el título de la Cruz. Que fue la coartada que sirvió a los fariseos y a Pilatos para decidir la pena de la crucifixión.

Recibe María los clavos y la corona de espinas que son los trofeos de la victoria sobre la muerte, de la Redención operada para siempre.

Es la V Angustia. Quedaban: la VI, la sepultura; y la VII, la Soledad.

 

Continuará

 

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