(leído en el homenaje a D. Julián el 6 de mayo)
Las despedidas son apremiantes, exigen palabras cuidadosamente certeras. El momento es solemne.
Me remito al capítulo XIV del Evangelio de San Juan y encuentro la despedida del Señor ante los Apóstoles. Muestran éstos su tristeza en los ojos y el rostro. Jesús afirma su despedida pero añade: “quiero que donde esté yo, también estéis vosotros”. Vemos aquí una orfandad del Señor si faltasen los Apóstoles de su lado.
Pienso, D. Julián, que donde quiera que Usted vaya, en su mente y corazón irán sus diocesanos de Santiago; éstos, por su parte, retendrán su memoria como un don que Dios otorgó a esta familia eclesial. Ha enaltecido la mitra compostelana. Los sucesores continuarán su legado.
Ha ejercido Usted su episcopado como lo pide el Señor y Él mismo practicó:
Usted fue CAMINO.- Su ejemplo de entrega a todas las iglesias parroquiales, recorriendo la diócesis de un extremo a otro, a veces con merma de su salud, nos marcó la senda por donde debe ir nuestro celo pastoral.
Por su magisterio insistente, aprovechando toda ocasión, expuso Usted la VERDAD del Mensaje del Evangelio.
Recuerdo sus Cartas Pastorales con motivo del Sínodo Diocesano y anunciando el Año Santo, que son tratados de teología de la diócesis y de la espiritualidad jacobea. Textos inéditos para estudiosos en la materia.
Sus manos episcopales han derramado la VIDA de la gracia sacramental cuando, impuestas sobre la cabeza de los ordenandos, los constituyeron sacerdotes para siempre. Otras veces, con el Santo Crisma, ungieron la frente de nuestros jóvenes confirmándolos en la Fe.
También nos queda su ejemplo en la hora del dolor. El hospital fue en alguna ocasión “su catedral” (como usted mismo dijo) y desde allí se dirigió al clero reunido en la Santa Misa Crismal, exhortándonos a la fidelidad en nuestros compromisos.
Don Julián: quedan abiertas de par en par las puertas de todas las iglesias parroquiales para cuando Usted guste visitarnos. Esperamos verle en las grandes solemnidades de nuestra Catedral. Aprovecharemos para besar reverentes su anillo pastoral.
Termino ya, porque no quiero que la emoción quiebre mi voz. Recuerdo una canción de mi juventud: “No, no digas adiós; no, no, no me hagas sufrir”.
Si vamos a estar unidos por la caridad y la paz de Dios, por la Fe, que nadie nos va arrebatar, estaremos presentes mutuamente. Y, al fin, también en la Eternidad: “Quiero que donde esté yo, estéis también vosotros”, dijo el Señor.
Hasta siempre D.Julián