Heroico clero del rural

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En las mañanas de los días festivos nuestros sacerdotes están rodando por carreteras, pistas y caminos para llegar, siquiera (ya que no a todas) a algunas de las parroquias que les están encomendadas.

En cada iglesia el sacerdote cuenta con un grupo de almas devotas que le ayudarán en la celebración: cantos, lecturas. Sobre todo en la catequesis. Sin este grupo, el párroco estaría en desamparo total. Tiene que confortar y animar.

Pero la iglesia, cerrada toda la semana, está fría. La sacristía y los ornamentos, húmedos.

El sacerdote pecha con todo. La megafonía puede que no esté a punto.  Y ya va la primera homilía del día. Con los avisos correspondientes a cada comunidad. Que lleve buen tino de todo el anciano sacerdote. Cuide su voz.

Y otra vez al coche. Desaparcar, aparcar. Que no falle el vehículo. Puede llover, estar helada la carretera. Lleva los minutos justos, contados, para llegar al nuevo centro parroquial. Su teléfono va siempre recogiendo mensajes. La tensión del día no abandona al buen pastor.

A quienes se les ofrece la misa a las 9 ½ de la mañana, les parecerá temprano. A los de las 13 hs., Les parecerá tardía. No puede el sacerdote contentar a todos.

Y a otra iglesia. Unas más frías que otras. No todas disponen de servicio. Otra batalla para el párroco. Quizá reciba alguna puya. La ingratitud. Pero tiene que sobreponerse. Nervios bien dominados. Su experiencia, le habla al párroco de golpes frecuentes.

Todavía otra iglesia. Cuando llegue a su casa, en la que vive solo, ya ni ganas tiene de comer. Se echará a descansar. Por la tarde, todavía le queda faena.

Y así un domingo y otro. Hay sacerdotes que tienen encomendadas hasta diez parroquias. ¿Qué podrán hacer?

Pienso en la mejor condición de los que sirven una parroquia sola y con una sola iglesia. Que no tienen problemas de cementerios, fiesta en los atrios, iglesarios… ni la congoja de los traslados.

La responsabilidad del Superior es grande. Tiene que saber repartir obligaciones. Contar con la edad de los más veteranos. Debe dominar la fraternidad propia de un presbiterio diocesano. Afortunadamente, tenemos el ejemplo de sacerdotes que son canónigos, profesores en el Seminario… y que participan en los afanes del clero que sirve en el mundo rural. Bendito testimonio.

 

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