No es éste el mundo definitivo. Aspiramos a un mundo y tiempo felices, tal como van indelebles en nuestro corazón. Con la angustia, más se exacerba el afán del bien y de la felicidad.
Hemos de cuidar la naturaleza y estar atentos a lo que ella nos reclama. Es un débil globo azul muy delicado, “un juguete de cristal que con cariño hay que cuidar”.
Me ha impresionado el derrumbe de la tierra de Todoque. Los vecinos intentaron desviar la lava, pero no lo consiguieron. Me recordó aquello de la carta a los Hebreos (IV, 15) “Jesús es en todo semejante a nosotros menos en el pecado”. Padece, pues, con nosotros y por nosotros.
A todos nos conmueve ver familias recogiendo lo imprescindible y dejar sus casas a merced de lo que la lava disponga. Hay solidaridad en La Palma. Pero ahora debe haberla entre todos los pueblos de España.
La Iglesia debe ir delante con su palabra y su apoyo económico en la medida en que pueda. “Iglesia” somos nosotros.
Ocasión para hacernos más solidarios.
Galicia tuvo su catástrofe cuando lo del Prestige y recibió la ayuda y trabajo de miles de voluntarios. Fue aquello un ejemplo para el mundo entero.
Es hora de corresponder, de ser agradecidos, de ser justos con el prójimo.
Venga la paz y el progreso a la mortificada isla de La Palma. Vuelva a ser tan bella como lo merece por el inmenso sacrificio que está soportando.
Conocemos canciones dedicadas a La Palma y a las islas Canarias “Palmero sube a la palma”, “Virgen de Candelaria”. Pero ésta es la hora de la caridad solidaria y de la oración. Y cuando las visitemos de nuevo sentiremos paz en nuestras conciencias por haber ayudado a la restauración.
Mientras tanto, oramos por La Palma con las palabras de la Biblia.”Señor, en el terremoto, acuérdate de la misericordia” (Hab III,2)