Los hijos, ¿propiedad del Estado?

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Para negar el derecho humano y constitucional de los padres a elegir la educación de los hijos, se llega a tal afirmación. Una cosa es la patria potestad (hemos oído) y otra la propiedad de los hijos. Siendo éstos propiedad del Estado, a él corresponde la elección en la formación de los hijos.

Reverdecen los viejos totalitarismos. Cuando avanzábamos reconociendo la dignidad inalienable de la persona humana, dotada de una libertad responsable; que hasta los mismos padres han de reconocer en sus hijos y usarán ese don para que sirva al bien de los mismos; estalla ese bombazo: la propiedad de los hijos. Como todos somos hijos, algún día, pues, habremos sido propiedad del Estado.

Concepto relativo éste de la propiedad. Porque la encontramos delimitada por los derechos humanos, el bien común, el orden público.

Los padres no pueden hacerlo todo en la formación de los hijos, por ello, la sociedad solidaria, compartirá ese derecho/obligación y el Estado, como ejecutor de las demandas de la sociedad, ofrecerá la formación requerida a todos los ciudadanos. La formación en lo sexual y afectivo tiene que darse con esmero y delicadeza. Piénsese en las aberraciones que pueden derivarse para una vida sana e íntegra, en la persona y en la sociedad. Confiamos en que los profesores tienen esto en cuenta.

Finalmente, la libertad de los padres y la de los hijos no tienen por qué enfrentarse. Libertad es un don para el bien. Perdonen esta primitiva comparación. Como el cuchillo, pieza tan necesaria y útil, que puede convertirse en arma letal.

La juventud puede ser víctima de una libertad no formada para el propio bien, y, por tanto, ser la ruina de la persona. Y esto traería consecuencias negativas para la sociedad.

Para los creyentes, todos somos hijos de Dios, de quien recibimos unos dones que Él mismo respeta.

 

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