Veinticinco años de Monseñor Barrio como arzobispo en Santiago (I)

por parroquiacarballo

Cuando tuvimos noticia de su nombramiento como obispo auxiliar, nos sorprendió la titulación académica de Barrio Barrio. No sólo aportaba grados en ciencias eclesiásticas por la Universidad Gregoriana de Roma, sino también en Filosofía y Letras por la Universidad Civil de Oviedo. Si no recuerdo mal, el único antecedente de arzobispo con doctorado en materia civil lo tenemos en Zacarías Martínez que lo era en Ciencias Naturales. Si bien, su mentalidad en lo teológico era tradicional.

Ser obispo auxiliar no es un papel fácil. Debe huir de protagonismos, saber colaborar y medir el alcance de sus declaraciones. Pero D. Julián salvó perfectamente este período, pues, en la vacante producida por la marcha de Monseñor Rouco para Madrid, hubo un consenso tal en que el sucesor fuese Barrio, que, entendemos, esto produjo el deseado nombramiento para Santiago. Tenía entonces cincuenta años de edad. Cifra semejante (un poco mayor) que la de Quiroga Palacios.

II.- Comienza Barrio su ejercicio pastoral con una medida simpática, popular. Suscitó ilusiones en el clero diocesano. Dispuso una serie de yantares en todos los arciprestazgos de la diócesis. Era él quien ejercía de anfitrión y departía, conocía, atendía a todos y cada uno de los sacerdotes.

Aquello quedó en el buen recuerdo. Tal vez porque sus obligaciones no se lo permitían y el clero iba disminuyendo y avejentándose en forma notoria.

Se hizo presente en los sepelios de los sacerdotes. En alguna ocasión, según me han contado, hubo de trasladarse de un extremo a otro de la diócesis, con gran sacrificio suyo, para cumplir con esta norma iniciada por Monseñor Suquía.

Preciso que estos actos fúnebres son algo lacerante en la memoria del prelado Barrio. Me imagino que se interrogará: ¿Cuántos sacerdotes ordeno cada año, y cuántos acompaño a la sepultura? La desproporción es manifiesta. Y crece, si pensamos en las altas edades de un clero ya veterano pero celoso cumplidor.

Surge así el prioritario problema de las vocaciones. Nuestro Seminario Compostelano se nutrió, tradicionalmente, de chicos provenientes del rural, de familias honradas, cristianas, numerosas y con antecedentes religiosos. Por lo general.

Nuestro rural gallego decrece en habitantes. En muchos casos quedan algunos ancianos. Se caen las casas, se venden aldeas… Hay casos más llamativos en provincias como Teruel o Cuenca. En consecuencia, las vocaciones que vengan por la vía tradicional serán escasas. Habrá que pensar en los centros de enseñanza, en las asociaciones de pastoral, en los peregrinos a Compostela… en el trato personal.

Fue el sacerdote el último en dejar el rural. Antes lo hicieron los dedicados a la enseñanza. Hoy, las Casas Rectorales, en su creciente ruina, son recuerdo de las atenciones que el clero prestaba al mundo rural. Por el diligente trabajo de la Curia Diocesana algunas se salvan por conciertos con ayuntamientos o diputaciones.

Las iglesias se restauran por el celo de sacerdotes y feligreses. Pero el feísmo de las Rectorales no es evitable.  (Continuará)

 

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